-El cielo estaba completamente despejado, todo eran estrellas y estrellas, puntitos luminosos, que desde el lugar donde nos encontrabámos, nos hacían recordar cuan pequeños somos, cuan belleza se nos escapa a la vista tan solo porque no somos capaces de mirar, de mirar y contemplar, un hogar del que renegamos, que bajo el yugo de nuestro egocentrismo no atisbamos a comprender, y por ese ideal de libertad que lo recorre sin fin, nos matamos...-
Eran las seis de la mañana cuando la Noroeste comenzó a caminar tras un largo día de descanso en aquel pueblo como otros tantos, perdido en la inmensidad de Castilla, de nombre Adanero. Apenas hacía frío, habíamos dormido bien, nos habíamos acostado a las diez de la noche, pues al día siguiente como bien cito arriba, debíamos de madrugar, pues nos esperaba un emocionante encuentro con las columnas avilense y salmantina. En ese pueblo nos habíamos encontrado con nuestros viejos recuerdos, recuerdos de niñez, en un pueblo cuasi fantasma tras una etapa corta en la que por suerte, no nos pérdimos saliendo desde Arévalo. Y de nuevo, deberíamos volver a demostrar porque eramos la compañía Noroeste, porque eramos simplemente los mejores, y vaya que lo demostramos.
Veintiseis agotadores kilómetros nos esperaban hasta Villacastín, un viejo lugar conocido...
Paso tras paso, y allí al fondo estaba la Luna menguante, la diosa del amor Venus junto al gigante de los dioses, Júpiter, la circundaban. Aquello era magnifico, todos nosotros jamás olvidaremos aquél amanecer en el que aquella conjunción planetaria nos envolvía, la estela de la paz. Era caminar en silencio, paso tras paso, mientras poco a poco, lentamente, el vero Sol apoloniano se iba poniendo. Las luces de nuestros chalecos brillaban al impacto de las luces de los coches que nos pitaban, surgidos al igual que nosotros, de la nada, en busca de esperanza...
Y llegó el Sol en su inmensa plenitud, y los rostros comenzaron a brillar, comenzaron los pasos a tambalearse fruto del intenso calor fruto de una ola de verano que muy intensa, nos azotaba, nos quemaba. Apenas soplaba el viento, y si lo hacía el aire caliente se nos metía por los pulmones y apenas podíamos respirar. Y pasaban los kilómetros, pasaban los minutos, aquello se hacía interminable. Muchos de nosotros apenas podíamos caminar por las ampollas y nos solíamos quedar rezagados, siendo los últimos en llegar a los breves descansos que se hacían de vez en cuando. Y al llegar a los bares en donde nos esperaban el resto de miembros, notaba en mi caso, como si mis piernas ya no pudiesen caminar, como si me doliese el rostro, como si la piel de este se me cayera poco a poco, y mis ojos se apagasen, se consumieran, y a veces veía la oscuridad como tan pronto veía la luz. Francamente no sé como pudimos caminar tanto ese día...
Y al final ocho kilómetros eran los que marcaba un cartel, y noventa y pocos hasta Madrid, y tras tres-cuatro semanas de caminata, allí, a pocos días estaba Madrid, el sueño inalcanzable en un momento, a solo unos pocos pasos literalmente. Un Madrid muy lejano, muy sufrido, pero cuya caminata merecía la pena.
Tras mucho caminar, una torre de una iglesia se divisaba al fondo, y lento era el caminar, abrigados por la camaradería que se vivía entre nosotros, aunque caminar era duro, en el fondo podíamos resistir tras haber salido desde Santiago y Asturias...
Y allí en una rotonda estaban nuestros hermanos, nuestros compañeros de Avila y Salamanca que apenas habían salido hace seis días, y entre aplausos nos saludaron, y nos fundimos entre abrazos, las lágrimas empaparon nuestros cuerpos, nuestras camisas sudorosas por el calor. Fumando en compañía, sentados, bebiendo agua fresca. Ahora tocaba llegar a Madrid, y era por fin cuando la Noroeste se convirtió en una gran familia de sufridos y valientes miembros, miembros dispuestos a dar sus vidas por la libertad, por aquello en lo que ya apenas nadie cree...
Y las alegrías dieron paso a la firme voluntad de caminar con estilo, esto es, haciendo una manifestación y que el pueblo entero nos oyera, escuchara nuestra voz rebelde, disidente con estos tiempos que nos han tocado vivir y a los cuales nos negamos. Y tras llegar a la plaza mayor, extenuados por el esfuerzo físico aunque a las dos columnas las había tocado un paseo de diecisiete kilómetros, descansamos, mostramos nuestros pies reventados de ampollas, nuestras caras quemadas, nuestros ojos cansados, y algunos apenas podíamos hablar, simplemente escuchabámos, pues cuando se llevan ya treinta días fuera del hogar, ya la mente del cansancio, de los esfuerzos tan grandes que ha tenido que tolerar junto a un dolor continuo, ya apenas es capaz de comunicarse con el mundo exterior aunque lo perciba a la totalidad. Tras esto tuvimos una serie de problemas dado que por lo citado antes, de tanto cansancio nos mandaron para un parque, un parque que francamente y en vulgo era una mierda, con un Sol abrasador, el cesped seco, y en donde no se podía ni siquiera estar, encima de que era pequeño. Y así pues pensamos que sería ese el lugar que se nos había dicho para acampar, y entonces comenzaron las broncas, pues nadie quería acampar ahí, pero sin embargo, todo se resolvió hasta que Flori, la de PAH de Valladolid, la que fue nuestra cocinera bajo el movimiento 15M de la misma localidad en la Marcha Indignada del año pasado, nos dijo que el parque ese era el de enfrente, tan solo porque todos queríamos liberar nuestra mala leche hacía el viento, gritar, desahogar nuestro cansancio. Fuimos al parque, un parque grande, con zona de musculación para la tercera edad, y allí tras comer y dormir, intentando montar nuestras tiendas pero con dificultad, acampamos y descansamos. Tras esto vendría la asamblea de la tarde en donde pocas personas vinieron pero que se habló sobre el tema de Guadarrama, en donde a las ocho de la mañana Toma el peaje se manifestaría en la Estación de autobuses de San Rafael para mostrarnos su apoyo, y en donde sería un hervidero de gente, y quien sabe, si la Noroeste tomaría el túnel de Guadarrama, y con ello conquistaría Madrid.
Tras esto nos fuimos a dormir, a la espera del último día de descanso, pues sabíamos que el fin se acercaba, que incluso los militares se levantarían, y con ello estallaría una posible guerra civil. Y al mirar más allá de Guadarrama nos podíamos imaginar una ciudad ardiendo en llamas, un destino del que queríamos escapar pero que con cada paso que dabamos estabamos más cerca de abrazarlo. Pues sí, miedo teníamos, pero también teníamos valentía, estabámos ansiosos, impacientes por lanzarnos a la batalla, a sacrificarnos si fuera necesario. Habíamos luchado contra todo, ya daba igual, eramos guerreros del espiritu, y por tal, por el espiritú de la paz peleábamos. Ahora solo faltaba caminar, caminar un poco más, y llegar a Madrid en donde combatiríamos muchos días sin tregua, hasta el final, y hasta Madrid apenas distaban noventa kilómetros, cuatro días de los cuales uno, el día de nuestra llegada a San Rafael, sería el último en el que dormiríamos tranquilos...
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