Su nombre es Violeta, es de Rumanía, vino aquí en pleno apogeo del Partido Popular bajo el mandato de Jose María Aznar, en busca de un futuro mejor, pues la OTAN, la ONU, el FMI, se habían encargado de arruinar a su país y sumirlo en un caos social, y vino aquí en busca de algo más que pan, en busca de sueños de un mañana mejor. Tras trabajar duramente con sus manos en el campo cinco años, fue al paro, ende, y terminó en la ruina. Ahora Violeta yace tirada en una de las calles que dan a la Plaza España, a la sombra de las grandes entidades que frente a ella, en Duque la Victoria, cobijan a señores con corbata y peluquín, que atareados, fingen estar muy ocupados y que en realidad no hacen nada, solo robar. Y la gente pasa, la gente pasa de lado, sin querer mirar a Violeta, corriendo, como huyendo de esa realidad que su sistema les niega, pues quien no es feliz, no forma parte del sistema, el mismo que arruina a la clase trabajadora y enriquece más a los ricos. -Cuestión de suerte, a mí me tocó vivir esta vida, y nada puedo hacer- comenta Violeta, y los ojos comienzan a resbalar lágrimas que comienzan a cuajar en sus palabras, con tono de incertidumbre, sabiendo que ya no hay esperanzas, ni para ella, ni para su hija. Ahora es una repudiada, una repudiada, lacra social que el señor alcalde León de la Riva quiere erradicar con su nueva ordenanza anti-mendigos. Pues Violeta ya no vale nada, el gobierno junto a otros tantos de miles trabajadores inmigrantes la forzó a venir aquí arruinando a su nación, y ahora no la quiere ni ver. Violeta morirá sin consuelo si nadie lo remedía, una víctima más de este sistema capitalista, democracia de oligarcas...
Su nombre es Marino, también es rumano. Vino aquí forzado como en el caso de Violeta, un señor que roza la sesentena de edad, siete años lleva pidiendo el buen hombre. Apenas sabe pronunciar si acaso algunas palabras en español. En donde vive, en donde duerme, la calle su hogar, la gente ni le mira, la gente pasa corriendo con sus bolsitas llenas de basura, es decir, de objetos, prendas u demás utensilios que no necesitan. Al lado hay una perfumería, las señoronas pucelanas tan adineradas ellas, antes de entrar, apagan su cigarrillo y pausan su tiempo unos segundos, como para tomar aire, y a la carrera entran, pues temor tienen, de que Marino las contagie, algo de humanidad, de la que ellas, viejas roñosas, rubias putón, con esas caras cargadas de kilos de maquillaje, reniegan. Y Marino pues asiente, de pena, como un viajero errante que sabe que su viaje se termina, y espera, espera a que la noche haga por fin acto de presencia, y la estrella errante aparezca y se lleve su alma por el firmamento, y atrás quede un cuerpo que siempre lucho frente a una sociedad muerta, un vivo de entre tantos en un mundo de muertos, que viven sin vivir, y que son aquello, que les hacen creer. Y borregos en el matadero es lo que son.
Su nombre es Daniela, vive en la calle, tiene cinco hijos, y su trabajo...consiste en llorar ante las puertas del Mercadona, una mujer antaño de bellos ojos, ahora marchitados porque ya la inocencia de un mundo feliz, de sus ojos desapareció...Vive como puede gracias a los donativos de personas que la ayudan con comida y con dinero, pero pocas, pocas son las que tienen un valor del que las personas carecen hoy en día: El amor. Sus ojos reflejan esa angustia por vivir que muchos sentimos al vernos nacidos en este infierno de color rosa. Daniela llora, llora sin que nadie la consuele, y su día a día es la calle, el grito de unos pocos frente al silencio de muchos...
Su nombre es Angelo y mañana se llamará Juan, y pasado Francisco, ayer se llamó Javier, pero hoy quiere llamarse Angelo. Angelo a primera vista es una sombra encerrada en sí misma, aparenta ser el novio de la muerte, y en el banco sigue esperándola día tras día, y eso que comenta, en invierno estuvo a punto de verla ende besarla de nuevo, pues no ha sido un buen invierno el de este año, su cuerpo de 67 años cada vez digiere peor esto de las estaciones. La gente pasa de largo, las niñas, infantas cegadas por los vicios de la juventud, fuman y charlan alegremente en la playa, y hablan de paz y de amor, de cambios, de revoluciones y demás chorradas, y los cuarentones, mientras, corriendo por la playa o haciendo ejercicio, para tratar de mantener sus espartanos cuerpos como la moda de los mazados tanto dice e impone. Pero mientras todos ellos y ellas, bufones de la risa, siguen sus estúpidas vidas, hablando de cambios o de economía, Angelo les mira con rabia y con tristeza, sin que nadie le hable, solo siente el vino refrescarle y emborracharle, para olvidar, para olvidar la vida tan dura que lleva y que ha llevado, en el olvido. Y Angelo me muestra, una vez más, la realidad del país de la pandereta: España.
Mientras unos por un par de años viviendo a costa de robar, aún en la vejez son más honrados si cabe; mientras otros en la edad de la fama, son vitoreados por hacer el imbécil y meterse en el cuerpo mierda, e ir de jóvenes decentes y revolucionarios; mientras otras muestran sus estúpidas sonrisas de amor y luego de putas además son egocéntricas que niegan ver una realidad de la que ellas, grandes pasionarias aprecian...¿quien honrara a Angelo, quien llorará por él cuando muera? ¿lloraran los franquistas que le obligaron a huir de España, los socialistas que habiendo venido a España nuevamente a mediados de los ochenta, con sus absurdas leyes, le quitaron la casa por un divorcio mal hecho, quedando él en la ruina? ¿acaso le recordarán los catedráticos de Historia tan empeñados ellos en hablar de algo mal llamado ciencia nombrando a personajes la mayoría corruptos y masones con su típico acentro prepotente pucelano? ¿citarán acaso que Angelo cruzó el Pirineo, convivió con huidos republicanos en Francia, y que después se fue a Italia cuan moderno aventurero, y que aún en sus ojos, brota el brillo de las aguas de Marsella?
Angelo es más y mejor que todos ellos, un anciano sabio que debería estar encumbrado, docto en letras y en manos de albañil que un día fueron su pan y que ahora sujetan el vino que bebe y el cigarro que fuma, y que ya por la enfermedad no puede leer apenas salvo los titulares de los periodicos, que hablan de un llamamiento a una huelga general por parte de CCOO Y UGT, obreros de pana ellos, -payasos desalmados que viven a costa de robar- así me los cita Angelo. Pues su obrerismo reside en lo que Angelo eructa por el vino de cartón, y con ellos, todos aquellos que de pana también, a la moda, les siguen.
Añora su juventud, añora su tiempo en el que estuvo a punto de cambiar su vida y no volver a España. Habla de que se pudo quedar en Suiza, pero que por su madre y su hermana, volvió a la patria que le rechazaba. Llora, mientras prende su cigarrillo, y entre calada y calada, muere su sabiduría con él, pues solo los mejores mueren para después renacer, sin miedo, luchando hasta el final, pues ellos son la llama que sigue ardiendo en el mundo, y que aún dota de algo de sentido a la vida. Como he dicho antes, morirán sus cuerpos, pero renacerán sus almas, y estas son las que nos guían a los que tratamos de ver más allá de las piedras. Pues el cambio, la revolución, o como se quiera llamar, se hace amando, con la bondad, pues esa es la guerra, la guerra contra los espíritus del caos a los que la masa tanto se aferra, y por eso, a personas como Angelo, Marino, Violeta o Daniela, repudia, pues sabe el sistema, que en ellos se encuentran virtudes de amor y de respeto que los esclavos no poseen, y que ende, no se encuentran en su credo, pues credo suyo es el del ego, el nihilismo que nos trata de imponer una forma egoísta de ver la vida.
Me despido de Angelo, con rabia en los ojos, pero con amor, y prometiéndole volver a visitarle y ayudarle, veo pues a un hombre consumido por la tristeza en una mañana pre-primaveral, recogiendo sus pocos enseres que pronto el alcalde León de la Riva le arrebatará junto a una policia mercenaria que ya no sirve al pueblo, solo al político, en nombre de una constitución traidora a la soberanía del pueblo español; caminando con pesadumbre, paso por paso, hacía su hogar...: Cartones y mantas apiladas en la pared de lo que antaño fue un bar y que ahora, vacío, por fuera cobija a Angelo, mientras aún ahora, en las noches llora, y lucha, lucha contra el frío que le quiere helar, ende arrebatar su alma, pues Angelo, aún tiene esperanza, y si Angelo la tiene, eso significa, que todavía no es tarde, tarde para luchar, no por la arena a la que mira como si la sociedad fuese también parte de ella, sino por las plantas que brotan cobijadas las unas por las otras, en pequeños grupos. Quien sabe, si algún día, de ese desierto de arena, surgiran flores y frondosos árboles que se elevarán con sus tallos hacía el infinito, quien lo sabe...
Dedico este pequeño reportaje a las personas gracias a las cuales he podido redactarlo, con permiso de ellas, así como para publicar las fotos que les hice, habiéndolas dado antes comida u dinero a modo de gratitud. Es obvio que en su caso hay cada día cientos y cientos de personas que se unen a la vida de la calle, cada día es el final para esta gente, pues la muerte acecha en todos los lados. Por eso, recalco, la necesidad de unirnos todos, pues inmigrantes, nativos, todos hemos sido vilipendiados por esta escoria burguesa que en sus sectas se reune para gobernarnos, y que nos esta adoctrinando de manera que lo poco que queda de nosotros desparezca, y eso es algo que para muchos y muchas, ya suena raro valgame la desgracia decirlo: ¡HUMANIDAD!
Texto y fotografía por Alexander Rol Jorge.
LUGARES DONDE ESTA POBRE GENTE SE ENCUENTRA POR SI SE LES QUIERE AYUDAR:
Violeta: La mayoría de los días, sobre todo por la mañana, se la suele encontrar pidiendo auxilio en la c/Dos de Mayo, justo en la esquina que da a plaza España, justo en donde hay un Vision Lab.
Marino: Nada más cruzar la Academía de Caballería, si se sigue caminando un poco más por paseo Zorrilla, será facil verle, justo enfrente hay una parada de autobús hacía Entrepinos, y al lado hay una joyería.
Angelo: En la Playa de las Moreras justo donde hay un bar con una terraza. En uno de esos bancos se le suele encontrar casi a diario.
Daniela: En la calle de Juan de Juni donde hay un Mercadona.
Los nombres por diversas cuestiones que no voy a mencionar, pueden haber sido objeto de ligeras modificaciones para preservar el respeto de los entrevistados.
Un gran trabajo! Es para sentirse orgulloso. La realidad hay que mostrarla como es.
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